lunes, 14 de mayo de 2012

La Campaña Política como Guerra Total


A partir de 1939, cuando Adolfo Hitler invadió a Polonia y desató la Segunda Guerra Mundial, el líder nazi describió su cruzada como una “guerra total”.  Había lógica en su propósito y en su actitud:  para el líder totalitario, la destrucción del enemigo tiene que ser total.  No importa que sea sucia, de lodo personal contra el adversario.

 

Si uno limita esa estrategia y voluntad de poder al caso de la guerra – la guerra del totalitarismo contra la democracia y la libertad ---, su actitud y programa tenían cierta lógica.  Se trata de la guerra total, del exterminio, contra el enemigo democrático y liberal.  Pero trasladar esa mentalidad totalitaria a  una campaña política en una democracia acusa demencia moral, porque entonces la campaña política no es una contienda cívica entre ideas, personas y partidos, sino guerra total de exterminio del adversario, para lo cual hay que apoderarse de todas las instituciones del estado y la sociedad. 

En ese diseño totalitario de guerra total, las instituciones que bajo la Constitución y la ley deben servir a todo el pueblo --- el Departamento de Justicia, la Secretaría de la Gobernación, la Oficina del FEI, la Oficina de Ética Gubernamental--- se convierten en Comités del PNP para perseguir a la oposición política, dirigidos desde Fortaleza, como si se tratara de ganar a como dé lugar, porque se trata del juicio final de la historia.

Ese es el retrato de Hitler, de Mussolini, de Stalin y de Francisco Franco.  Para desgracia de Puerto Rico, ese es el retrato de Luis Fortuño, un roedor político, un paquetero que se cree más jaiba, más listo  y más tunante que ningún otro político histórico o actual. 

La guerra total de Fortuño no es solo contra el Partido Popular.  Es contra el País, es contra la decencia elemental que supone el valor de la verdad, el respeto a los hechos, el decoro en la lidia cívica contra los adversarios y, a fin de cuentas, el respeto a sí mismo y a la posición que ocupa, que es patrimonio del pueblo, que por ello resulta mucho más decente que su gobernante.

En realidad de verdad, las mentiras de Luis Fortuño no tienen sino un solo fin:  encubrir y justificar la profunda y extensa corrupción que representa su gobierno.

Vergüenza debe darle, pero no la tiene.  Porque se cree más listo, más jaiba, más astuto que el pueblo que lo observa espantado.

La guerra total se sirve de la mentira total sobre la corrupción generalizada de su gobierno.  Ante esa realidad, la pretensión y la actitud que se expresa en su carita de “yo no fui” no engaña a nadie.  Cuando el pueblo lo juzgue y lo destituya de la gobernación que ha denigrado, irá con sus millones a donde se fue Pedro Rosselló con los suyos, a disfrutar del dinero sucio que le robaron al pueblo.

Ideología totalitaria o programa de pueblo...

Por: Jose Arsenio Torres 

Inicio hoy, para de vez en cuando, un diálogo con los ciudadanos libres, racionales, de criterio independiente, cuyo número puede hacer una diferencia en el rumbo peligroso que va tomando nuestro país.

Se trata de comunicar opiniones, educadas y responsables, sobre ese rumbo.  Quiero hablarle al pueblo sano, de todas las capas sociales, que sufre y espera por una salida del túnel tenebroso en que lo ha sumido el régimen fascista de Luis Fortuño y su comparsa de riquitos beneficiados.

La premisa básica de mi enfoque arranca del concepto de que la lucha y las campañas políticas en una democracia funcional y honesta tienen que basarse en programas de acción gubernamental dirigidos a resolver los problemas y necesidades del pueblo, de todo el pueblo.  No pueden basarse en ideologías huecas, quimeras derivadas de supuestos ideales – los status perfectos—que por su naturaleza escapan a las posibilidades de la acción gubernamental en periodos de cuatro años, que son el límite autorizado por la Constitución y el pueblo en las urnas.  Las ideologías son eternas y no se resuelven en las elecciones.  Sirven de mamparas para esconder deficiencias en la gestión de los gobernantes.

Claro está, en el caso de Luis Fortuño la ideología se presenta como programa: de esa manera se mezcla el status – ideología – con las elecciones, robándole al pueblo la oportunidad de evaluar al gobernante en sus méritos o deméritos, al escudarse detrás de la ideología fantasiosa de la estadidad. 

Fortuño postula, como la derecha lunática norteamericana, que el gobierno es el problema.  La democracia, por el contrario, supone que el gobierno efectivo, honesto y competente, es el principal recurso del pueblo para resolver sus problemas – para el bien común, no para el bien de grupitos acaudalados.

Fortuño desmantela el gobierno, destruye sus instituciones – Colegio de Abogados, Universidad, Tribunal Supremo, AEELA, Comunidades Especiales, Fideicomiso del Caño – y se las entrega al Partido Nuevo Progresista, mientras transfiere los fondos públicos, para el servicio del pueblo, de todo el pueblo, a contratistas privados abonados de su oligarquía.

Mientras tanto, Luis Fortuño, es insaciable para su acaparamiento del poder, como Hugo Chávez, Fidel Castro, Daniel Ortega y Rafael Correa, porque los extremos se juntan en la gula del poder.

El último ejemplo, mal ejemplo, de esa gula partidista de Luis Fortuño, lo constituye el operativo político  manejado desde Fortaleza, en que el Secretario de Justicia --¡pobre diablo! – la Procuradora de la Mujer y la Secretaria de la Familia ofrecen un espectáculo de ensañamiento contra un líder de la oposición por el cual se sienten amenazados en la contienda electoral: ¡Hay que destruirlo! Esa es la fea cara del fascismo, máscara de la carita lindora de Luis Fortuño.

En el caso Maravilla, de 1978, Carlos Romero montó un operativo igual con sus Secretarios de Justicia, varios que salieron trasquilados en las cortes y en la opinión pública, incluyendo desaforos de varios fiscales y desenmascaramiento de varios senadores:  Nicolás Nogueras, Orestes Ramos y Efraín Santiago. 

Si los gobernadores proto-fascistas no aprenden, el pueblo debe aprender a juzgar a los mercaderes del poder partidista absoluto.